sábado, 9 de abril de 2011

El Coloso. Sylvia Plath

Nunca podré reunirte íntegramente,

Juntar, pegar, articular como corresponde.

Rebuznos de mula, gruñidos de cerdo, obscenos graznidos

Provienen de tus grandes labios.


Peor que en un corral.



Quizá te consideres un oráculo,

Portavoz de los muertos o de algún dios.

Yo llevo treinta años esforzándome

Por limpiar de fango tu garganta

Y no he aprendido nada.



Trepando escaleritas con frascos de engrudo y baldes de lisol

Me arrastro como una hormiga enlutada

Por los campos cubiertos de maleza de tus cejas

Para reparar tu inmenso cráneo y desbrozar

Los descarnados, blancos túmulos de tus ojos.


Un firmamento azul de otra Orestíada

Se cierne sobre nosotros. Oh padre, tú solo

Eres una referencia histórica tan importante como el Foro Romano.

Aquí meriando, en una colina de seres siniestros.

Las columnas de tus huesos y el acanto de tus cabellos vuelven

A su antigua anarquía esparciéndose hasta el horizonte.



Se necesita más que un rayo

Para crear tanta ruina.

Algunas noches me acurruco en la cornucopia

De tu oreja, a salvo del viento,



Y cuento estrellas rojas y estrellas color ciruela.

Sale el sol bajo el pilar de tu lengua.

Mis horas se desposan con la sombra.

Ya no escucho más el roce de la quilla

Contra las sordas piedras del desembarcadero.



Traducción María Julia de Ruschi Crespo
En Tulipanes y otros poemasBenos Aires, CEAL, 1988
Buenos Aires


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